Día 10
Hoy pasamos todo el día de compras en Khan el Khalili, el gran bazar del Cairo, donde pasear por él era como zambullirse en todas las esencias de Egipto concentradas en ese rincón de la capital.
Era uno de los bazares més célebres de Oriente. Formado por un laberinto de estrechas calles, donde se sucedían unas junto a otras, multitud de tiendas en las que se fabricaban, almacenaban y vendían joyas, orfebrería, tapices, perfumes, papiros, shishas, babuchas, especias y bordados.
Aquí se podía comprar prácticamente cualquier cosa, pero la verdadera habilidad era la de regatear como los locales, cuya oferta inicial nunca era la final. Para el negociador resuelto y audaz aguardaban tesoros, por lo tanto tenías que ser fuerte y tomarte tu tiempo cuando ya habías visto un recuerdo que “debías tener”.
Y si no queríamos negociar teníamos la tienda de Jordi, en la que los precios eran fijos.
Y si todo ese regateo nos resecaba la garganta, sólo teníamos que seguir el aroma a café que nos hacía la boca agua hasta una de las muchas cafeterías del vecindario.
Todo estaba disponible en este ajetreado mercado medieval, desde joyería hasta ropa y alfombras, y desde especies exóticas hasta lámparas tradicionales y artesanías. Y la diferencia con la londinense calle Oxford, es que Khan el Khalili permanecía abierto hasta tarde casi todas las noches.
Bien, pues salimos del hotel y cogimos un taxi, el trayecto fue de una media hora y nos cobró, después del regateo, 15 libras, muuuuuy económico.
Estuvimos dando vueltas y comprando todo el santo día, desde las 11 o así hasta las 6-7 de la tarde, los pies los teníamos ya echando humo, y la manos echas polvo de las mil bolsas que llevábamos, que si una cachimba de un metro y pico de larga, que si tres pares de babuchas, que si 10 o 15 papiros para regalar a la familia, que si perfumes de flor de loto o pachuli.....en fin, no podíamos ni pestañear.
Nuestra intención era ir al Museo, pero cuando terminamos las compras ya había cerrado, así que muy a mi pesar teníamos que dejarlo o para el día siguiente o para el próximo viaje, que al final resultó ser lo segundo.
Hoy pasamos todo el día de compras en Khan el Khalili, el gran bazar del Cairo, donde pasear por él era como zambullirse en todas las esencias de Egipto concentradas en ese rincón de la capital.
Era uno de los bazares més célebres de Oriente. Formado por un laberinto de estrechas calles, donde se sucedían unas junto a otras, multitud de tiendas en las que se fabricaban, almacenaban y vendían joyas, orfebrería, tapices, perfumes, papiros, shishas, babuchas, especias y bordados.
Aquí se podía comprar prácticamente cualquier cosa, pero la verdadera habilidad era la de regatear como los locales, cuya oferta inicial nunca era la final. Para el negociador resuelto y audaz aguardaban tesoros, por lo tanto tenías que ser fuerte y tomarte tu tiempo cuando ya habías visto un recuerdo que “debías tener”.
Y si no queríamos negociar teníamos la tienda de Jordi, en la que los precios eran fijos.
Y si todo ese regateo nos resecaba la garganta, sólo teníamos que seguir el aroma a café que nos hacía la boca agua hasta una de las muchas cafeterías del vecindario.
Todo estaba disponible en este ajetreado mercado medieval, desde joyería hasta ropa y alfombras, y desde especies exóticas hasta lámparas tradicionales y artesanías. Y la diferencia con la londinense calle Oxford, es que Khan el Khalili permanecía abierto hasta tarde casi todas las noches.
Bien, pues salimos del hotel y cogimos un taxi, el trayecto fue de una media hora y nos cobró, después del regateo, 15 libras, muuuuuy económico.
Estuvimos dando vueltas y comprando todo el santo día, desde las 11 o así hasta las 6-7 de la tarde, los pies los teníamos ya echando humo, y la manos echas polvo de las mil bolsas que llevábamos, que si una cachimba de un metro y pico de larga, que si tres pares de babuchas, que si 10 o 15 papiros para regalar a la familia, que si perfumes de flor de loto o pachuli.....en fin, no podíamos ni pestañear.
Nuestra intención era ir al Museo, pero cuando terminamos las compras ya había cerrado, así que muy a mi pesar teníamos que dejarlo o para el día siguiente o para el próximo viaje, que al final resultó ser lo segundo.
Nos dimos una vuelta por la ciudadela y por un parque muy bonito que no recuerdo su nombre y que tenía unas figuras muy reales y unas gambas gigantes.
De vuelta al hotel, cogimos de nuevo un taxi, y nos tocó el más colgao de todo el Cairo.
Nos habíamos quedado sin papel, y le pedimos a ver si él tenía, el tio nos dice que sí y de pronto suelta el volante y se pone a buscar debajo de la alfombrilla que había en sus pies. Mi amiga que iba delante tuvo que coger el volante para que no nos estrelláramos y yo de mientras lo iba grabando todo en video desde el asiento trasero, que cada vez que lo vemos nos partimos de risa!! el tío era muy raro y se reía de forma muy rara, le preguntábamos como se llamaba y se partía la caja, le decíamos que vigilara más la carretera que si no iba a venir "la police" y él tío se descojonaba, todo un personaje que se pasó todo el camino riéndose con esas risas como de perro pulgoso cargadas con una tos bronquítica.
De nuevo tuvimos que dormir un poquito antes de la noche, ya que los pateos por el bazar nos habían dejado muertas.
Por la noche quedamos con el guía que habíamos tenido en el crucero ya que él se encontraba en el Cairo, y nos llevó a un restaurante precioso que era una gran haima en la orilla del Nilo.
Con música en directo y muy buen ambiente, cenamos super bien, creo que fue el mejor sitio donde comimos en toda la estancia.
Y después de cenar, fuimos a dar unos bailoteos y a tomar unas copas para celebrar nuestra última noche en Egipto.
Como habíamos aprovechado los días tanto y habíamos dormido tan poco, la sensación que teníamos en vez de haber estado 11 días era como si lleváramos un mes, pero por supuesto sin ganar de irnos de aquel maravilloso e histórico país.
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