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martes, 28 de octubre de 2008

Ciudad del Vaticano

Día 3

Último día en Roma, así que teníamos que ver todo lo que nos faltaba en unas horas. Y algo imprescindible que no podíamos perdernos era la Ciudad del Vaticano.

Era una ciudad-estado que estaba enclavada en la ciudad de Roma, uno de los microestados europeos, el cual tenía una extensión de 0,439 km² y una población de aproximadamente 900 habitantes, por lo que resultaba el Estado soberano menos extenso y menos poblado del mundo.


Era tan pequeño que sólo la Basílica de San Pedro era un 7% de su superficie; la Basílica y la Plaza de San Pedro ocupaban un 20% del territorio, esto lo conviertía en el país más urbanizado del mundo.


La cola para entrar era tremenda y eso que nos levantamos prontito, pero bueno al fin y al cabo sólo estuvimos esperando unos 20 minutos.

Por dentro la Basílica de San Pedro es impresionante, y eso que yo no soy muy creyente, pero la altura que tiene, las pinturas de los santos y las tumbas de los colegones la verdad que impresionaban bastante.















Muchas tumbas de papas se encontraban ahí, pero no hicimos colas para ver ninguna, no iba a perder mi valioso tiempo en Roma visitando muertos desconocidos.









Después de dar una vuelta por toda la Basílica teníamos la oportunidad de subir hasta la cúpula para lo cual había que pagar unos euros, no recuerdo cuantos. La subida se hacía en 2 partes: una en la que subías en ascensor hasta donde ya no se podía subir más con este medio, y la otra que tenías que subir a pie y que ya te advertían que si sufrías de algo que te lo pensaras bien.


Consulté con mi madre si podría subir los 320 peldaños, porque la verdad que ya no tiene 20 años y no es plan de que llegue arriba echa polvo la mujer, pero mi madre que está hecha una todoterreno me decía "Si, si, venga vamos!!"





Los escalones que conducían hasta la cúpula eran desde luego claustrofóbicos, muuuuuuy estrechos y con muy poco espacio, y tenías que seguir el ritmo del resto porque si te parabas, parabas toda la fila.

Cuando llegamos arriba tuvimos nuestro premio, la ciudad del Vaticano y toda Roma a nuestros pies.

Y anda que no vivían a gusto los cabrones de los curas, no había más que echar un vistazo a sus jardines.


Y los colegones que antes contaba desde abajo, ahora los tenía a mi altura.


Bueno pues una vez habíamos tomado aire y habíamos recuperado las fuerzas que habíamos perdido en la subida, vuelta otra vez para abajo.


Dimos por finalizada la visita al Vaticano y todavía no eran ni las 12, así que casi corriendo seguimos nuestra ruta para ver todas las cosas posibles que nos quedaban en Roma.


Cruzamos de nuevo el río Tíber, y nos dirigimos a la parte norte de la ciudad.


Nos dimos de frente con el Castillo de San Angelo, también conocido como el Mausoleo de Adriano.

El actual nombre del castillo provenía del 590, durante una gran epidemia de peste que golpeó la ciudad de Roma. El papa de la época, Gregorio I, vio al Arcángel San Miguel, sobre la cima del castillo que envainaba su espada significando el fin de la epidemia. Para conmemorar la aparición, una estatua de un ángel coronaba el edificio.


Ya sólo nos quedaba la Piazza del Popolo, y nos habíamos recorrido en menos de 3 días toda Roma, y me decían que no iba a ser posible....


Un obelisco egipcio dedicado a Ramses II, traído de Heliópolis se alzaba en el centro de la plaza. El obelisco flaminio, como se le conocía, era el segundo más antiguo y uno de los más altos de Roma con 24 metros, o 36 contando el pedestal.



Y no nos podíamos ir de Roma sin probar sus tan famosos helados, y de ahí nos fuimos a la Piazza di Spagna a saborearlos.

El viaje a Roma había terminado y además de cansadas nos sentíamos orgullosas de todo lo que habíamos visto y de lo que nos habían cundido esos casi 3 días.

Y ahí quedaba Roma, la ciudad eterna...





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