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viernes, 8 de mayo de 2015

Llegando a Bruselas


Febrero 2013

Había sido mi cumpleaños y aprovechando que también estaba de vacaciones nada mejor que un fin de semana en alguna ciudad europea con una amiga para celebrarlo.
Como la idea era gastarnos poco dinero empezamos a buscar lo  más barato y dimos con un paquete de vuelo más hotel en Bélgica que no tenía desperdicio (podeis buscar paquetes en destinia ) y aunque al principio no me seducía mucho el destino al final resulto ser más de lo que había pensado, así que para allá que me iba, a poner una pica a Flandes!!


Bélgica es el país del chocolate y de las cervezas por excelencia, dos cosas que a mi particularmente no me hacen mucha gracia...pero también por los mejillones acompañados de patatas fritas, un poco extraña la combinación, pero esta si que me gustaba!

Es un Estado federal dividido en tres regiones: Flandes, al norte, donde se habla neerlandés; Valonia, francófona, al sur, y Bruselas, la capital bilingüe, donde el francés y el neerlandés son cooficiales.

Nosotras teníamos pensado visitar Flandes y la capital, porque en un fin de semana no nos iba a dar tiempo para más.

Ruta:




Día 1

A las 17 horas salía nuestro vuelo, con la maravillosa Ryanair, un poco acojonada por las últimas noticias de la compañía y por sus condiciones de seguridad, pero bueno al fin y al cabo era la que mejores precios nos daba...

Tras poco menos de dos horas aterrizamos en Charleroi, con un frío de cojones!!
Para ir a Bruselas desde este aeropuerto existen trayectos en tren, pero la estación no estaba en el mismo aeropuerto, sino que había que coger un bus que te llevaba hasta allí y luego el tren, esta era la manera más barata pero por comodidad y por ahorrar tiempo cogimos la segunda alternativa que son los buses que salen desde el mismo aeropuerto a la estación Midi de Bruselas, el trayecto apenas duraba una hora y el precio 13€ un trayecto y 22€ si cogías ida y vuelta.



Al llegar a la estación de Midi, vimos que en el mapa nuestro hotel no parecía muy lejano y decidimos hacer el camino a pie, y tras perdernos  unas cuantas veces e intentar situarnos otras cuantas veces más, llegamos por fin al hotel, el Izan Avenue, en la rue Blanche.


El hotel tenía un aspecto entre burlesque y rococó, por el precio pensábamos que algo malo tendría que tener porque era demasiado barato para ser un 4 estrellas y tener el desayuno incluído.
La verdad es que para lo que lo íbamos a disfrutar ya estaba bien, la pega era que necesitaba una buena reforma porque las paredes de papel apestaban y la terraza tenía una capa de musgo en el suelo que me hizo casi romperme la cabeza en un par de ocasiones al ir a echar un cigarro, pero por lo demás todo muy bien.

Dejamos los bártulos y nos fuimos a buscar algún sitio donde nos dieran de cenar.
Estábamos en la zona de Avenue Louise, una avenida donde abundaban las tiendas caras y la zona de pijerío total...






La cosa se complicaba porque no queríamos ir al centro porque teníamos una larga caminata y porque ya eran las once de la noche y en este país acostumbraban a cenar pronto por lo que nos lo podríamos encontrar todo cerrado, así que nos metimos en una calle cercana al hotel donde habían unos cuantos restaurantes todavía abiertos a ver que encontrábamos.



Elegimos un japonés, y el primer contacto con el país fue un poco penoso, los platos eran bastaaaante caros y tras decidirnos nos trajeron lo siguiente:
unos saquitos rellenos de verduras para mi amiga,


unas gambas rebozadas en arroz verde para mi,








y unos tallarines con pollo de segundo.


La presentación muy buena y los primeros aunque escasos estaban ricos, pero el segundo llevaba unos trozos de bambú que mi amiga no pudo describir mejor a lo que sabían "tallarines a la halitosis"...

Primer contacto con la cena negativo, porque nos salió bastante caro y porque la calidad de la comida no era buena.

Tras esta primera pequeña decepción nos fuimos a descansar al hotel, ese día habíamos trabajado las dos desde muy temprano y al día siguiente queríamos madrugar bastante para aprovechar al máximo la única jornada entera que íbamos a pasar allí.



                                                                                                                         Día siguiente 

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