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jueves, 27 de agosto de 2015

Legando a Chiang Mai en tren

Día 6

La noche anterior me había quedado profundamente dormida con la agustera del traqueteo del tren y con la ventana bajada para que me diera el aire, porque aunque habían ventiladores, una vez que echabas la cortina de tu compartimento obviamente el aire ya no te daba y el calor era insoportable.

Había dormido genial, pero al abrir el ojo y contemplar mi cuerpo en la cama....Oooooooh no!!! Me habían picado todos los bichos existentes de Tailandia, y a pesar de haberme untado en repelente la noche anterior no había evitado que me chuparan la sangre mientras dormía. Estaba llena de picaduras y tenía la cama a rebosar de bichos varios aplastados. Genial...

Eran las 8 de la mañana, y tal y como me había dicho la señora el día anterior, pasaron a traerme el desayuno. Como había un asiento libre un poco más adelante me fui allí a tomármelo mientras el señor me desmontaba la cama y dejaba los dos asientos como al inicio del viaje, todavía me esperaban 5 horas...


Desayunar contemplando estas vistas no tenía precio.


La distancia entre Bangkok y Chiang Mai es de casi 700 km, una hora y poco en avión. Podría haber escogido este medio para llegar, mucho más rápido y más cómodo, pero coger el tren nocturno fue una de las mejores experiencias de todo mi viaje.



Conocí muchas personas en él, gente mochilera que viajaba en solitario o con amigos, budistas que se dirigían a sus templos y locales que iban a visitar a familiares, entre otros pasajeros.

Y allí en aquel pequeño rincón que separa un vagón de otro, con las puertas abiertas de par en par, bueno mejor dicho sin puertas, y donde cabíamos apenas cuatro personas, nos íbamos turnando para echar un cigarrito y contarnos nuestras aventuras viajeras vividas hasta el momento en nuestra estancia por el sudeste asiático.


El calor en el vagón era insoportable y quedarse sentado no era buena idea porque te quedabas pegado al asiento. Así que mientras pasaban las horas me iba paseando por el tren, charlando con mis compañeros de viaje y tomando nota de sus recomendaciones acerca de los futuros lugares que iba a visitar y por los que ellos ya habían pasado.


Por fin llegué a Chiang Mai, casi me dio hasta lástima tener que bajarme del tren, me había encantado el trayecto y había contemplado paisajes espectaculares, y a pesar de tener el cuerpo hinchado por las picaduras y del sofocante calor, había sido un viaje muy agradable.

Ahora me tocaba ir al centro y buscar alojamiento, así que me subí en un songthaew, una ranchera roja con la que compartes trayecto con otros pasajeros que van en la misma dirección, y le dije que me dejara en la Tha Phae. Igual que con los tuks tuks hay que acordar precio antes de subirse, a mi me salió el viaje por 30 baths.

Los precios en Chiang Mai son los más bajos que vi en todo mi viaje, cuanto más al norte más barato y por ende cuanto más al sur, osea por las islas, más caro todo.

Una vez en la muralla tocaba buscar alojamiento y soltar de inmediato las dos mochilas que llevaba, hacía bastante calor y no tenía ganas de moverme con los bártulos, así que a la tercera que vi me metí y me quedé, en principio para una noche, era el Hostal Kavil, muy cercano a la Pha Thae y al Saturday y Sunday Market.

Liberada de peso y refrescada me puse inmediatamente a buscar algo de comer, estaba hambrienta y no hacía más que oler exquisiteces así que me di una vuelta por la plaza que había justo enfrente de la Pha Thae.

Entre la grandísima oferta culinaria que se exponía en aquellos puestos costaba decidirse.

Habían gambones a la plancha, mejillones, almejas,


ricos pescados con costra de sal,


fideos y tallarines,


caracolas, y más gambas y pescados.


Así que para no complicarme decidí probarlo todo, mmmmmmm!!

Lo siguiente que hice fue meter los pies en una de esos cubículos en los que cientos de peces se dedican a quitarte todas las pielecillas y a dejarte los pies suaves como los de un bebé.

Nunca antes lo había experimentado, y tampoco el grupo de americanos que junto conmigo estaba a punto de meter los pies allí. Nos descalzamos, los metimos poco a poco y a uno de los americanos le entró una risa de esas contagiosas y de pronto todos nos echamos a reír, no podíamos parar, y mientras los peces hacían su trabajo nosotros nos descojonábamos. La verdad no noté mucho más suaves los pies, pero con el buen rato que había pasado riéndome me daba absolutamente por satisfecha.


Era sábado tarde, y como todos los sábados empezaba el Saturday Night Market, un mercadillo enooooorme que se extiende por la muralla y en el que regateando bien se pueden encontrar los mejores precios de toda Tailandia.


Incluso se pueden comprar cosas personalizadas al momento, como pulseras o llaveros con el nombre en el idioma o alfabeto que se quiera.


Casi todos los recuerdos y camisetas los compré aquí, y fue la mejor elección porque luego cuando llegué a las islas comprobé que allí todo era muchísimo más caro, igual que en la calle Khaosan de Bangkok.

En el mercado como no, también hay puestos para comer, en este por ejemplo vendían esta especie de morcillas que me atreví a probar y que realmente me dieron bastante asco...


También tenían unos calamares aplastados a conciencia y secados al sol, con un olor bastante fuerte y unas cuantas moscas alrededor...


y calamares frescos, con buena olor y más tiernos que los otros.


También vendían unos sacos de algo dulce, que ya no recuerdo ni el nombre ni lo que llevaba...


En Tailandia como en otros muchos países se estila beber cerveza, la Singha es la más famosa, y todo el mundo la bebe, y yo que soy más de vino pues lo tenía más complicado porque no en todos los sitios tenían, así que en cuanto vi un puestecillo sólo de vinos elaborados por ellos mismos y mezclados con varias hierbas, no me pude resistir y acabé probándolos todos.


Mientras uno hace sus compras, aparte de puestecillos para comer y beber también hay música en directo, vaya para que no te falte de nada en tu shopping night.

Me iba encontrando con diferentes grupos musicales, desde el tailandés moderno que versiona canciones conocidas,


al grupito de jubilados que cantan canciones de su época en tailandés,

o el grupo de invidentes sentados en fila tocando cada uno un instrumento. Estos concretamente me llamaron muchísimo la atención, sobretodo por sus caras de felicidad mientras cantaban.

Creo que escuché todo su repertorio mientras me iba comiendo las cosas raras que había comprado.



La mayoría de los músicos que aparecen estas noches de mercado no son profesionales, bueno más bien ninguno, lo que están es necesitados, así que agarran cualquier instrumento y se ponen allí en medio a intentar ganarse su pan de cada día.

La verdad que los chicos ciegos me habían impactado bastante así que cada vez que pasaba por su lado, porque se iban cambiando de sitio, les iba echando monedillas, quería contribuir a que siguieran sonriendo de esa manera el resto de sus vidas.

Bueno, pues una vez habiendo visto el mercado entero, tras unas 3 o 4 horas, y habiendo comprado medio Chiang Mai, me pillé una rancherilla compartida en dirección a la Pha Thae.










Daba por finalizado mi primer día en Chiang Mai, quería descansar y madrugar al día siguiente para aprovechar el día, así que tras pasar por un 7/Eleven y comprarme un Smirnoff Ice fresquito y unas patatillas me fui dirección a mi hotel a planchar la oreja.


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